
Las Truchas del Río Gallegos
iversos cuestionamientos nos hacemos cuando intentamos conocer porqué las truchas del río Gallegos que provienen del mar suben no todas al mismo tiempo, sino desagrupadas en menor cantidad y en distintas etapas de una misma temporada. Antes de continuar y con respeto a todos lo que leen esta nota, debo aclarar que éste análisis “casero” no contiene valor científico alguno, sino una opinión desarrollada a través de los años a orillas de este río. Sumado a ello, la lectura, la meditación y el intercambio también han procesado un factor importante para exponer lo aprendido, junto a un profundo aprecio por lo que las rodea, envuelve y contiene. Y así surge el escrito:
Con las primeras mareas altas de octubre comienzan a trepar desde el estuario. El flujo de agua salada “se mete” al río, frenando por espacios de minutos al agua dulce (hasta 53 km aproximado corriente arriba, con mareas de sicigias), creando un ambiente especial de mezclas y turbulencias entre lo dulce y lo salado. Esto produce una concentración de innumerables organismos que llegan y chocan mezclados entre ambos líquidos.
En esta área mantienen un proceso de aclimatación, un cambio reversible que puede llevarles días o semanas. Con marea baja (cuadratura) el caudal y la temperatura del río cumplen un valor preponderante. La corriente al deslizarse por su cuerpo determina no solo el momento preciso de subir, sino también la velocidad de nado entre los kilómetros por delante a recorrer.
Como podemos observar las respuestas conductuales y fisiológicas del pez dependen de la aclimatación a los cambios de flujos (salado a dulce), temperatura, oxígeno, caudal y estado de otros factores que les llega desde aguas arriba del río.
En este “ecosistema especial” de espera, almacenamiento y concentración, las truchas anádromas, a través de sus narinas (dos pequeños orificios ubicados en su hocico), pueden advertir las sustancias químicas disueltas en el agua, lo que les permite detectar “si el camino” no contiene un elemento inadecuado para el desove. A su vez, otra propiedad importante de su organismo se suma: la aleta adiposa, muchas veces no tenida en cuenta. Esta cumple una función extraña y singular. A mi entender actúa como una antena sensorial que percibe la longitud del día (fotoperiodo), un factor proximal que le indica al pez no solo la estación sino también precisar los períodos de alargamiento y acortamiento de los días.




En ese intervalo único, hoy podemos comprender que la energía del pez y las sustancias del entorno que lo envuelven influyen en su viaje nupcial para comenzar a ascender (en el momento preciso) en búsqueda de un ambiente físico adecuado para su reproducción, o desecharlo por lo estresante de una variación ambiental indebida.
Como vemos, estos atributos de supervivencia y reproducción no sólo están interrelacionados a su hábitat dentro del agua sino con procesos externos a ella, como el calor, la luz, la oscuridad, el aire circulante, etc., lo que concede una combinación productiva: siempre y cuando la gama de estos registros, se involucren favorablemente.
A medida que las temporadas pasan, la evolución metabólica de estos peces es más compleja y delicada: el cambio de clima, el aumento poblacional cerca del nacimiento y en el desemboque, (desarrollo urbano), la toma de agua, los obstáculos en las corrientes, etc., nos pone en alerta. La adaptación es lenta e indefinida. Sin embargo “todavía” las truchas del río Gallegos mantienen inalterable su fortaleza genética, lo que permite mantener sus mecanismos vitales de migración, almacenamiento y letargo.
Entre los años 1980 al 1992, los ingresos se producían inmediatamente cuando el río se descongelaba, las subidas eran estrepitosas, veloces y acrobáticas. La cantidad de caudal y ligera corriente, hacían de la pesca con mosca algo más interesante y vigorosa.
El frío penetraba hasta los huesos. Cruzar el río con wader era imposible. La cantidad de ejemplares que se agrupaban nos dejaban atónitos. De encontrarnos desprevenidos, al tomar la mosca, su furia nos hacía temblar, sus saltos y caídas intimaban a mantener un potente combate. Eran tremendos peces longevos, en su mayoría machos que “furiosos de haber mordido el sebo” se desplazaban bruscamente como torpedos, sacudiendo su cabeza persistentemente, intentando arrancar de su boca el engaño enquistado. Los tamaños eran increíbles, muchos ejemplares superaban los 9 kgrs.
Con el transcurso del tiempo los inviernos dejaron de ser tan fríos y nevados, la superficie del río convertida en bloques de tremendas piedras hielo, dejaron de serlo. En estos últimos años, su espesor congelado se redujo a una fina veta inconsistente.
La corriente de agua perdió su nivel y flujo original. La variación y aumento de temperatura en el verano se elevó hasta más de 25°, lo que produjo: mayor evaporación, proliferación de algas, asentamiento de depredadores y parásitos, etc. A su vez las imprevistas agresiones no naturales hicieron que la vida de éstos salmones se acomoden a una nueva variable de supervivencia: hoy para sobrevivir no solo tienen que defenderse de los artilugios de pesca del hombre sino también de cómo nosotros (seres racionales), cuidamos, prevenimos y preservamos su medio ambiente.

Como vemos todo es mucho más complejo, sin embargo la migración se produce con una variable que ajusta su organismo a un proceso termodinámico, donde el intercambio de distintos componentes del ecosistema determina el nivel de las condiciones apropiadas.
El extenso recorrido de aquellos grupos de salmónidos que ingresaban en los inicios de las temporadas, mermaron y cambiaron en varios aspectos (específicos y funcionales) como: cantidad, longevidad, tamaño, velocidad y distancia. Su porte y peso fijaba el almacenamiento de los recursos acumulados durante las estaciones de permanencia en el mar. Su color plateado de brillo intenso eran señales de haber migrado de “un saque” más de 180 km de nado, en solo 4 a 6 días. En aquel entonces, capturarlos en diciembre en los ríos Rubens y Penitente con líneas hundimiento de alta densidad, era lo normal. Tremendas truchas de cabezas grandes mostraban fortaleza y años de edad. El caudal y las condiciones adecuadas del agua les permitían migrar a gran velocidad, la extensa distancia desde el océano a su lugar de nacimiento, atravesando el largo de todo el río Gallegos.
Finalizada la etapa del desove, su sensor corporal (aleta adiposa) capta señales de un cercano cambio ambiental, el organismo evalúa la proximidad de congelamiento del líquido dulce; es entonces que con la tonalidad de trucha marrón (como la que mantuvo de juvenil residente, en sus dos primeros años de vida), abandona el río dejándose llevar aguas abajo hacia el Océano Atlántico.
Probablemente esta situación de congelamiento del agua las ha hecho procesar una adaptación secundaria de residentes a anádromas, en búsqueda de alimentos en el mar. El almacenamiento en este estadio (de abundante comida), le permite no sólo aumentar su tamaño (desde mediados de otoño a principio de primavera), sino también acumular energía y fortaleza, para una próxima fase nupcial en agua dulce.
Estos movimientos de traslados (no todas las truchas marrones entran al mar) se generan por el letargo que les produce mantenerse en un medio helado, por las bajas temperaturas y la tenue luz del día.
Las truchas que permanecen durante todo el año (residentes) afrontan con crudeza el ambiente físico del invierno, hibernan. Esta condición del río que desencadena letargo, les produce una serie de cambios fisiológicos: las prepara para una interrupción completa de la actividad. Su cuerpo se embarduna de una mucosidad blancuzca que actúa como anticongelante. Bajan el punto de congelamiento de los líquidos corporales, se deshidratan, pierden peso. Solo soportan las bajas temperaturas, sin comer, por el almacenamiento de grasas que les produjo la alimentación obtenida durante el resto de las otras estaciones.
En las últimas temporadas pude registrar el arribo de grupos a fines de marzo y mediados de abril. El bajo caudal, el achique de horas de luz y el inicio diligente de la baja temperatura del agua, han hecho una regla de reacción y un cambio en la historia de vida de estas truchas plateadas de mar.


Quizás a raíz de la evolución por su supervivencia, la permanencia y desove, hoy es más frecuente entre los 60 a 90 km del desemboque del río (Paso del Medio / Buitreras).
Este acomodo y reconocimiento responden a condiciones físicas de percepción del ambiente (fondos pedregosos, oxigenación, sombra, vegetación, rápidos, curvas, meandros, etc.) componentes con los cuales su vida se relaciona con la proximidad de refugio, profundidad, pendiente, composición del lecho, etc., propiedades necesarias para su madurez, reproducción y fecundidad.
Espero que, este breve enfoque sirva para reflexionar y conservar los escasos y reducidos espacios que albergan y mantienen a las truchas del río Gallegos.
A pesar del mal trato sufrido sigue siendo uno de los ríos más importantes del mundo, sobre todo para aquel deportista que se anime a desafiarlas.

Por Raúl Somariva
raulsommariva@gmail.com
Fernando
Gracias x compartir informacion y experiencia ..